viernes, 19 de septiembre de 2008

"Fijación errada" por Cano

En cinco días se cumplirá mi condena. Cuando pasen esos malditos días todo lo que conocía, o creía pensar que era felicidad se borrará para siempre. Tengo miedo. No sé qué va a pasar ese día. Tengo claro que todo lo que pueda sentir, no cambiará la situación que estoy viviendo. Me arrepiento de corazón de haber comenzado a pensar, a querer y amar.

Alba Subercaseaux estaba en su pieza. No podía dormir, a pesar de que ya eran más de las tres de la madrugada. Por su cabeza pasaban mil y un pensamientos de los que no se podía librar.
Era la noche del domingo cuando, como todas las semanas, sus padres notaron algo extraño en su comportamiento: llevaba muchas horas callada, ensimismada, pensativa. Nadie en su familia había podido entender, cómo podía ser que no hubiera ido a comulgar (como solía hacerlo normalmente).
Le ofrecieron comer, pero se retiró argumentando dolor de cabeza y se fue a su habitación. Sin embargo, a pesar de la cantidad de horas en que había estado intentándolo, no había podido conciliar el sueño: su cabeza era un mar de preguntas y pensamientos sin sentido.
Es extraño: llevo horas tratando, pero no puedo sacarme esta duda de mi cabeza.
Al fin, y después de largos e inútiles intentos, logró dormir. Sus sueños fueron caóticos; nada placenteros.

Se despertó a las nueve de la mañana bañada en sudor. Había tenido una pesadilla, de la que no pudo librarse en todo el día: a cada minuto le invadían recuerdos de ese sueño.
A la noche siguiente, cuando se fue a dormir, al contrario de la noche anterior, logró dormir al instante y sus sueños la acompañaron de una forma inequívoca; no tuvo ninguna pesadilla.

Fue transcurriendo así su semana hasta el día viernes, cuando al estar en una evaluación en la universidad las lágrimas brotaron de sus ojos, corriendo por sus mejillas, hasta tocar el papel. Estas, a la vez, le tapaban la vista, veía borroso, lo que no le permitía escribir. Debía buscar algún pañuelo para limpiarse y secar la hoja.
Pero, en el momento en que buscaba en su cartera, pareció como si el tiempo se detuviera, como si nadie más se moviera y solo ella tuviera la prerrogativa de moverse, hablar y pensar.
Es claro: no puedo vivir en este intento de ocultar la verdad. Debo confesarlo. Pero no es plausible, no debo.
Cuando sus ojos se topan con los míos, siento como todo mi cuerpo tiembla, y mis pelos se erizan; mi pecho se llena de aire, y lo boto todo en un suspiro. Es obvio, no puedo seguir mintiéndome. Yo, Alba Subercaseaux, lo amo.

Cuando la noche cubrió el cielo, se arregló para su cita: su hermano se casaba esa noche, debía haber estado lista hacía mucho, mas su cabeza no le había permitido seguir su vida normal.
Una vez preparada, respiró profundo y salió rumbo a su destino, al que debería haber llegado hacía más de media hora (por suerte, ser la hermana del novio, era algo que le ayudaba). Su madre, obviamente, la había esperado por mucho rato, pero finalmente, con los nervios, se había retirado para no maldecir por toda la casa.
Llegó. La ceremonia ya había comenzado. Se sentó cerca de su familia y empezó a escuchar. Los minutos pasaban lentamente y el estómago se le apretaba a medida que se acercaba el momento.
De pronto, todos se pararon para escuchar al sacerdote, quien pronunciaba las palabras más importantes de la noche:

- …Y tú, Alexiel Subercaseaux, ¿La aceptas?
- Sí.
- ¿Alguien, de los presentes, se opone a este enlace?

No se atrevió a hablar, no pudo hacerlo. En su desesperación, se apretó el estómago con las manos, tan fuerte que pudo sentir como la sangre corría, humedeciendo su vestido.
Alba comprendió lo que acababa de suceder cuando ya habían pasado varias horas. Ya no había vuelta atrás. Solo aceptarlo.

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