viernes, 19 de septiembre de 2008

"Los días de la semana" (traducción) por Mundial

Sábado, 7:59am. Pedro está atrasado. Como siempre. Si sólo se levantara cuando el despertador suena. Levantarse es algo que Pedro necesita hacer a su propio ritmo. Especialmente en invierno. Especialmente cuando los brazos de una hermosa, aunque impulsiva, neurótica y posesiva mujer están alrededor suyo. Este es uno de los únicos placeres de Pedro, junto con jugar fútbol con sus amigos. Pedro es un hombre bajo para un hombre de su personalidad. Es un hombre delgado para su estatura, pero cuando las piernas de una diosa sexual lo atrapaban en un acto de amor – o por lo menos eso era lo que el quería hacerle creer – Pedro se convertía en el porn-star que siempre supo que era. Aunque no lo admitiera abiertamente, Pamela tenía una gran razón para haberse ido a vivir con Pedro.
Pedro está preocupado. Para variar, no sabe que hacer. No tiene la menor idea de que hacer con su relación con Pamela. Ella dice que quiere empezar una relación más seria. El hecho de que Pedro se niegue constantemente a conocer a sus padres es algo que Pamela jamás podrá entender. Pedro sabe muy bien que conocer a los padres de Pamela es otro doloroso paso hacia la estabilidad, hacia la seguridad. Hacia la monotonía.
“¡Cuando cresta va a aparecer el ascensor! Pedro murmuró. Apenas el ascensor llega al noveno piso, Pamela y Pedro entran apresuradamente. “Tienes mal aliento”, Pamela le comenta, sabiendo que seria lo primero que su hermano, madre y padrastro notarían. Pamela había planeado un lindo viaje familiar a Viña del Mar. Dado que Pedro no quería saber nada acerca de conocer a sus padres, Pedro acepto la invitación de Pamela de pasar juntos el fin de semana creyendo que seria otro patético intento de una escapada romántica, planeada por la mujer que tanto sus amigos como su familia habían etiquetado como su polola oficial.
Viernes, 7:29am. Pedro está a tiempo, como siempre. No puede evitar pensar si hizo lo correcto al irse a vivir junto con Sandra, su polola por los últimos cuatro meses. La semana pasada, después de haber hecho el amor tres veces seguidas, ella inocentemente admitió que se veía junto a él para siempre. Esta imagen quedo indeleblemente grabada en la retina de Pedro; no porque sintiese lo mismo por ella, sino porque la idea de que una mujer desesperada y pegote lo hacía sentirse ahogado, enjaulado. Anoche, Pedro no pudo contenerse. Aun cuando jamás le dijo explícitamente la razón por la cual la dejaba, Pedro empezó una discusión que terminó en el mismo lugar donde Pedro le había propuesto ir a vivir juntos: en su antigua habitación en el departamento de sus padres. Mientras se lavaba los dientes con el cepillo que aún conservaba en su antiguo baño, Pedro se dio cuenta de que era demasiado impulsivo; de que se había mudado con Sandra sin haberlo meditado bien, Hasta sus propios padres le dijeron que no tenia por que irse de la casa. Con su pequeño salario, Pedro estaba arrendando un lindo, pero diminuto departamento a sólo diez cuadras de la casa de sus padres. “Esto si que es conveniente,” Pedro se escuchaba diciendo cada vez que le describía la ubicación de su departamento a sus amigos del colegio.
Pedro está esperando el ascensor. Sabe que Sandra no va aceptar su decisión de terminar con ella. Pero él ya tomó una decisión. Pedro también sabe que le toma dos minutos ir desde el piso treinta y siete hasta el primero, y de ahí veinticinco más hasta su cubículo. Las puertas del ascensor se abren. Está vacio. Pedro entra. La máquina empieza la cuenta regresiva.
De pronto, algo interrumpe el funcionamiento de la maquina. El ascensor para en el piso diecinueve. Pamela sube. Pedro y ella se han conocido por más de diez años, aunque ha habido un giro interesante en los últimos cinco. Diez años es mucho tiempo para los dos, considerando que ambos tienen 25 años. Cada vez que se topan, Pedro recuerda que una vez fueron buenos amigos. Amigos con ventaja, para hacerle honor a la verdad. Sin embargo, antes de entrar a tan conveniente relación, Pedro apenas sabía de la existencia de Pamela. Aunque, para ser francos, Pamela sabía muy bien quien era Pedro. Cuando su familia llegó al edificio, ella era una niña obesa de apariencia enferma; una niña que no valía la pena para el aquel entonces popular Pedro.
El ascensor continúa su caída. En el décimo piso, Pamela le guiña un ojo a Pedro. A pesar de que Pedro mide sólo 1,77 mts. – 1,80 mts con sus zapatillas puestas – Pamela, por alguna razón desconocida para ella todavía se sentía atraída hacia Pedro. ¿La razón? Nunca realmente supo. Pero las cosas eran ahora muy diferentes. Pamela ya no era la niña gorda y fea que la televisión y las revistas le enseñaron a odiar, Pamela es ahora la mujer atractiva que siempre quiso ser. “¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que vivías solo”, ella comentó. “Ha pasado mucho tiempo, Pamela, lo sé. Sólo estoy visitando a mis padres. Vine porque algunas veces se sienten solos, ¿sabes?” él contestó, al mismo tiempo que veía cuan cambiada y sexy Pamela se había puesto.
Jueves, 7:25am. Finalmente las puertas del ascensor se abren. Desafortunadamente, está ocupado por dos personas. Para Pedro, no son más que otros obesos. Pedro pensaba que los ascensores en edificios de 20 pisos de altura tenían que ajustarse a estrictas regulaciones gubernamentales e internacionales para con el peso y capacidad de los ascensores. Aun cuando el ascensor en cuestión era amplio y bien construido, Pedro estaba lejos de sentirse cómodo en la compañía de los obesos ocupantes. Tenía una leve claustrofobia. No diagnosticada. No podía soportar viajar en ascensor con más de una persona ocupando su mismo sagrado espacio. Pero cada vez que se encontraba en un ascensor privado de presencia humana – especialmente por las mañanas – Pedro se imaginaba usando un traje de astronauta, con todos sus instrumentos espaciales. El ascensor lo llevaba directo a la puerta de titanio sólido del transbordador espacial que tantas veces había visto en aquellos documentales.
Hoy, Pedro se levantó un poco antes de lo normal. Hoy, sentía que necesitaba esos preciosos cincuenta segundos que le tomaban para ir desde el noveno piso hasta el primer piso para poder viajar solo en el ascensor. Pedro es de aquellos que necesitan hacer algo motivador y tranquilizador en la mañana para poder empezar bien el día.
Pedro había invitado a Sandra a vivir con él en uno de esos edificios nuevos de departamentos cerca del centro, aun cuando todavía pensaba en Pamela de vez en cuando.
Miércoles, 7:26am. Ayer, Pedro durmió como un bebe. Literalmente. Estas temperaturas de invierno algunas veces lo obligan a adoptar una posición fetal para poder conservar el suficiente calor corporal como para quedarse dormido. Sus padres ganaban un salario decente, pero no lo necesario para costear la calefacción. Tenían que arreglárselas con encender los calefactores eléctricos por solo diez minutos antes de irse a la cama, “Estos aparatos eléctricos de 1000 watts usan demasiada electricidad. Gastan demasiado dinero”, eran las razones de sus padres para no dejarlo tenerlos encendidos por mas tiempo.
Martes, 7:30am. Como siempre, Pedro esta inmerso en su fantasía de astronautas. Las puertas de la cabina se abren lentamente dejando entrar una mujer joven y atractiva. Sólo usa calzas deportivas blancas, una polera blanca sin cintura y zapatillas blancas. “¿Vives aquí?,” Pedro le pregunta sin pensar, algunos segundos previos al aterrizaje de la nave espacial. Esta fantasía en particular – pues había muchas otras – mejoraba la alicaída confianza de Pedro en gran medida. “Si, y sé donde vives. Te he visto antes muy bien acompañado”, ella mira directamente a los ojos sorprendidos de Pedro. “Ok, me voy, chao”, son sus últimas palabras a Pedro, quien está casi en estado de shock al ver que tan escultural mujer se haya fijado en él. “Oye, y ¿cuál es tu nombre?” La mujer se da vuelta, de la manera única en que las mujeres que se saben atractivas lo hacen, y le dice: “Sé tu nombre Pedro. El mío es Pamela”.
Lunes, 7:29am. Pedro durmió bien. Hasta se levantó cinco minutos antes de que el despertador sonara – lo cual es bastante inusual, considerando su fuerte deseo de maximizar su tiempo descansando. Las puertas del ascensor están abiertas. Está completamente vacío. Pedro inmediatamente olvida todos sus mundanos y agobiantes problemas. Comienza la cuenta regresiva. Todos los sistemas están listos. Peter, el alter ego de Pedro en esta fantasía, presiona los botones exactos que lo llevaran donde ningún hombre ha ido antes… y mas allá.
9, 8 ,7 . . . De pronto el conteo se interrumpe. Toda la maquinaria se detiene. ¿Se irá de una vez por todas a la luna? Las puertas de titanio del transbordador espacial se abren despacio, pero continuamente. Una luz brillante llena la cabina. ¿Será acaso un ser extraterrestre? ¿Lo irán a abducir? Estas fantasías se están poniendo demasiado reales, Pedro razona. Entra una bella mujer vistiendo vestuario deportivo. Hay algo familiar en esta mujer en particular, pero Pedro no sabe exactamente que es. Quizás son sus muslos grandes y musculosos que se parecen a los de la mujer en el infomercial de Súper Crunch 2000. O quizás son sus senos, ni muy grandes ni muy pequeños, que le recordaban a Pedro de la actriz porno que ocupaba la mayoría de sus videocasetes: Jenna Jameson.
Era bastante obvio que iba salir a correr, Pedro pensó.
Dado que Pedro había dormido muy bien y había tomado un desayuno de campeones, por primera vez en semanas, Pedro se ve descansado y radiante. Seguro de si mismo. Atractivo, es la impresión de la deportista acerca de Pedro. “Buenos días,” Pedro le dice casi involuntariamente, mirando fijamente su delgada y expuesta cintura. La corredora lentamente se da vuelta. Cuando se termina de dar vuelta, sus caras están a menos de treinta centímetros de distancia. Ella mide lo mismo que él, con sus zapatillas de correr. Ella esta muy cerca de él. Sabe como manejar a los hombres. Son tan predecibles, tan fáciles. “Hola,” le dice, sabiendo el efecto que aquella monosilábica palabra tenía en hombres como Pedro.
Domingo, 8:00am. Pedro acaba de llegar de una fiesta. En su camino a su casa, había visto lo más inusual: niña obesa de apariencia enferma dando vueltas a la manzana.
Los jóvenes como Pedro no deberían exponerse a tan extenuantes actividades, su madre le dijo al verlo llegar con sus libros bajo el brazo. Lo que ella no sabía, era que el hecho de que Pedro llegara a las ocho de la mañana de un domingo con sus libros de sociología era mucho más que una elaborada treta para hacerle creer que estaba cumpliendo con sus deberes de la universidad. Esto, en realidad, era una misión. Él iba a todas las fiestas de sus amigos para averiguar quien era. Él iba a cada junta social de alguna importancia porque no se conocía a si mismo. Todos esos años en la escuela Montessori realmente no lo iluminaron en lo que debería haber sido el curso más importante de su educación: su identidad.
Dado que había tomado más cafeína de lo usual, no se siente cansado en absoluto. Después de todo, tenía que compensar por todas las cervezas que había tomado en la fiesta para poder disimular en frente de su inquisitiva, pero preocupada madre. Después de haber tomado un desayuno muy liviano, se va a la sala de estar, enciende el televisor y el nuevo equipo de video, y empieza a ver el documental acerca del transbordador espacial de la Nasa que su tío le trajo cuando fue por última vez a Estados Unidos. “Apuesto que Neil Armstrong tenia todas las minas a sus pies,” fueron las palabras exactas que dijo después de haber visto el documental dos veces seguidas.

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