domingo, 21 de septiembre de 2008

"Indudablemente" por Andreé Lesereis

Sin duda caminaba. Encorvado, muy lentamente. Y pensaba, indudablemente. Caminaba y pensaba, simultáneamente. Un pensamiento seguía a un paso, o se prolongaba por varios, y a veces, varios pensamientos en un paso, explosiones de pensamientos en un sólo paso.
Caminaba y pensaba a través de áridas tierras que hace mucho ya, habían sido de cultivo. No había nadie, sin duda alguna. Excepto él, claro. Y las escaramuzas de espejismos, que de pronto le atacaban.

Surgían del polvo que se elevaba a veces con el viento, o se desprendían de un jirón de niebla, del vapor de un estanque empantanado, o del que surge por entre las grietas de la tierra. Rápidas, las escaramuzas. Le atravesaban la cabeza. Le robaban los pensamientos. Luego se perdían, para no volver, en algún punto del horizonte.

Camina hacia el horizonte, indudablemente. Hacia algún punto del horizonte, en busca de las escaramuzas. Pero no quiere recobrar sus pensamientos, tan solo ver las escaramuzas una vez más, sin duda la última.
Camina cansado, encorvado y muy lentamente. Opacos los ojos, opacos y pálidos, los ojos. Buscando a las escaramuzas. Encorvado y lentamente, hasta que ya sólo queda un rayo de sol, que se demora en el cielo.

Y las ve. En una pila de fragmentos de vidrio, viejas botellas multicolores hace mucho tiempo ya, las ve, a las escaramuzas, con sus opacos y pálidos ojos. Y sus opacos y pálidos ojos lo ven a él, reflejándose mutuamente, en los innumerables ojos que se miran lo miran y se miran, las ve, sus escaramuzas de espejismos, y el último rayo de sol ya no se demora, cae sobre la pila de fragmentos y caen también los opacos y pálidos ojos para encontrarse con sus escaramuzas que le ciegan en un súbito amanecer de reflejos.

Indudablemente se rompe y se quiebra en infinitos y brillantes fragmentos. Y se queda junto a sus escaramuzas de espejismos, una más entre ellas, la última, pues ya no hay a quien atacar en las áridas tierras que hace que hace mucho ya, habían sido de cultivo.

"33" por Roberto Monsalve

-No deberías comerte las uñas de los pies- le dijo el medico- sobre todo porque tienes hongos; hay casos en que los hongos pasan a la nariz y no hay forma de sacarlos. Puedes perderla.
Pedro odiaba a los médicos por no saber tratar a sus pacientes con delicadeza. Siempre que visitaba al medico se sentía avergonzado, lo trataban como a un niño. Además los medico miran en menos a los psicólogos, viéndolos casi como chamanes de los problemas de otros, no creyendo es sus soluciones, pensando que son solo el primer escalón para la psiquiatría.
La consulta terminó y ya estaba atrasado. Escondió la hoja con todas las recetas en su billetera y pasó a un almacén para comprar un almuerzo de fugitivo. Un pan, yoghurt, una manzana, jugo.
Pensó ligeramente en Silvia, pero luego la hundió en otros pensamientos más productivos.

El edificio de Camila tenía al rededor de 20 pisos. Preguntó al conserje por el 303 y el se rió diciendo que el piso 30 no existía. Es una mierda cuando los conserjes te humillan por cosas tan simples. Hay edificios que son así, que ponen un cero entremedio...
El conserje avisó al 33 y Pedro subió por el ascensor de los impares del lado derecho. Sus manos sudaban y una duda... pero no, no era tiempo para eso.
La puerta del ascensor se abrió y luego dos golpes en la puerta de Camila. Ella abrió la puerta vestida con una ropa que trataba de ser sexy y que a Pedro le pareció un poco ordinaria.Pero ella era lo que le dijo a todos sus amigos (cuando era un adolescente) que era lo que quería en una mujer. -Pasa- le dijo.

Tuvieron sexo en el comedor, quizás por que Camila no quería recordar a su esposo y Pedro no quería recordar a su paciente. Los dos lo hicieron (un poco) pensando en lo que estaría haciendo ahora (¿cruzando ya el Atlántico?), en que jamás sabría nada, en que esto ayudaría a su mujer a estar más contenta. Pensó que no sería bueno que esto se repitiera, y que la experiencia sería suficiente. Silvia-nunca se enteraría.

Se abrazaron un rato en el sillón y luego fueron al baño para ducharse. El baño tenía un lavamanos, una taza y una de esas duchas con apenas un pequeño receptáculo en el que cae el agua y esas puertas corredizas a las que llaman "Shower door". Ella se duchó primero y hablaron algunas cosas cotidianas tratando de evadir el pensamiento mutuo. Pedro tenía una hora más, y no sabía en que usarla. Se iba a bañar, y ¿después que? Quizás no debí haber comido nada; podríamos ir a comer ahora. Pero eso iba en contra del plan. La única persona que sospecharía quizás era el portero, y una visita era fácil de explicar.

Ella salió de la ducha, y el sentado en la taza la vio más hermosa que nunca; vapor saiendo de esa piel perfecta. Quizás podría intentarlo otra vez al salir de la ducha. No sabía si fuera a resultar, pero ya estaba algo excitado; y si esto nunca se iba a repetir valía la pena intentar. La abrazó y le dió un beso; su calor era una sensación increible.

Se metió a la ducha. Las irregularidades en el plastico del "shower door" le dejaban ver solo hasta la taza, donde Camila se veía secándose.
Volvieron a hablar, ahora más animadamente. Quizás ella también pensaba en repetir.
Ella se calló violentamente y se puso de pie.
-¿Camila?-Preguntó Pedro
No hubo respuesta. Abrió un poco la puerta corrediza y sacó su cabeza para verla, pero antes vio a su paciente. Cuando vio a pedro su cara cambió de una expresión de rabia a una mueca de tristeza y angustia.

Pedro no debía hacer preguntas. Tenía que ganar algo de tiempo. -Jorge...-dijo

Con dolor horrible en su brazo, trató de incorporarse para ver que había pasado. Jorge y su mujer estaban muertos. Supo que no iba a morir, porque en un segundo vio todo su futuro. Una sola palabra se repetía una y otra vez en su cabeza.

"El punto rojo" por Darien

Darien golpea furioso la bocina de su auto, viene del trabajo y esta cansado, estresado, abrumado y de muy mal humor. Su día fue horrible: discutió con su jefe, en su casa cortaron el teléfono, aun faltan cuatro días para que le paguen y no tiene dinero.
Como si esto fuera poco, le toca este taco asqueroso, lo único que quiere es llegar a su casa, acostarse, ver a sus hijos y sobre todo ver a su mujer… al pensar en esto ultimo, cambia su cara y en su rostro se advierte una leve sonrisa. Su esposa siempre a sido encantadora, ella es bella, atenta, tranquila, correcta es la esposa perfecta y el siempre ha dicho que ella es un ángel.
Llega a su casa y estaciona su auto, saca sus llaves y al abrir la puerta su rostro vuelve a cambiar… ¡no hay nadie! Tan solo una nota de su esposa diciéndole que fue al supermercado. ¡No lo puede creer! El solo quería llegar a su casa y ser recibido por su familia y no hay nadie,…, se sienta.
No sabe que hacer, estuvo todo el día esperando llegar a su casa y ver a su esposa, pero al llegar no encuentra a nadie. Se sienta
Cierra sus ojos, solo un segundo y al cerrarlos se ve a si mismo, en su imaginación, parado en… Nada. No es que estuviera fondo negro o en un cuarto vacío, porque eso ya seria Algo y alrededor de él no hay Nada. Es como si (por un segundo) hubiese perdido todos sus sentidos, no podía ver Nada que no fuese a si mismo, no escuchaba Nada, no olía Nada, ni siquiera podía sentir el roce común del viento entre los dedos al agitar la mano.
De pronto de una manera muy sutil, pero muy sorpresiva a la vez, apareció un punto rojo en la Nada. El trato se explicarse todo esto, pero al ver que no podía se aburrió y quiso abrir sus ojos para volver a su casa, comer algo y olvidarse de este sueño, que le producía una desagradable sensación .pero al tratar lo único que consiguió fue que el punto rojo desapareciera ( ante sus ojos estaban abiertos) Entonces recordó…
Entonces recordó y comprendió: el no había entrado a un Sueño sino que simplemente había salido de otro, El siempre había estado allí y esa otra Vida era solo un sueño, y El debía estar allí (solo un segundo), por siempre… SOLO.

"La espera" por Judy Jetson

En la pieza lo único que había era olor a ceniza. Yo no sé por qué ella insistía en ponerse a quemar las cartas y fotos viejas dentro de la casa, cuando en el patio había hace tiempo un manchón de tierra donde podía echar cuantas cosas quisiera para ponerlas a arder, pero a la única que le molestaba el olor era a mí, y eso en ninguna parte era suficiente como para corregir una conducta. En la pieza también había como un susurro de cantantes de boleros, boleros iguales de viejos que las fotos. Dónde anda mi papá, le pregunté a ella, y no quiso contestarme nada, aunque quizás fuera que no supo qué contestar. Yo tenía la idea de que mi papá andaba en el campo cazando conejos para que comiéramos algo distinto en la cena de navidad, y ella no quiso asegurarlo, aunque tampoco se molestó en corregirme.
Esos días almorzamos siempre arroz y a la noche recalentábamos una sopa que había quedado desde el día en que mi papá partió, y en las tardes yo me entretuve sacándole brillo a unas escopetas y a los adornitos de la mesa de centro. Martita, le dije, ¿se va a demorar mucho en volver mi papá?, y ella tiene que haber murmurado algo sobre lo tonta que yo era o cualquier cosa de esas mientras le pegaba fuego a un papel cuidadosamente doblado. Yo las cartas nunca las leí, pero una vez me quedé escuchando detrás de la puerta y mi papá hablaba con ella de un tal Antonio, y ella contestaba cosas entre soplos y quejidos de mujer que llora, y él se callaba y entraba a donde estaba yo tan rápido que apenas tenía tiempo de meterme debajo de una mesa a esperar que se fuera para poder salir. Pero para ese entonces ella todavía no había empezado a quemar cosas, que ocurrió al tercer día después de que mi papá saliera a buscar los conejos al campo. Estábamos tomando té y en la radio terminaba de sonar una canción de Gardel y entonces me dijo: búscame una caja con flores que hay ahí abajo, que tengo que hacer. Yo se la encontré y apenas estiré la mano para entregársela me mandó a acostarme, y por primera vez olvidó decirme que me cepillara los dientes aunque yo lo hice de todos modos, y cuando estaba quedándome dormida la escuchaba cantar boleros desde la pieza del lado. Al otro día ya estaba instalado el olor a ceniza y no quiso dejarme recoger la pilita que quedó de las cosas que estuvo quemando: ella misma las tomó y las echó a la basura con cuidado, como si no fueran nada más que un montón de mugre.
Cuando salió a ver si podía comprar un par de huevos yo agarré la cajita de abajo de la mesa de luz y encontré adentro montones y montones de postales coloreadas. Había una con el dibujo de una muchacha muy linda, toda ella sin colores entre un montón de flores azules y verdes. Por el otro lado había una fecha de unos diez años antes, y un mensaje escrito en delicada caligrafía. Los primeros versos hablaban de vidas risueñas y amables corazones, pero no alcancé a leer lo demás, pues justo entonces se abrió la puerta y en el umbral estaba ella mirándome como avergonzada y espantada conmigo. Yo traté de decir algo pero antes de terminar la primera palabra me había cruzado la cara de un manotazo, y luego guardó precipitadamente todas las cosas de vuelta en la caja y me arrastró hasta la pieza del lado. Estuve encerrada hasta bien entrada la noche, cuando volvió mi papá y lo recibió ella con grandes alaridos. Yo me quedé dormida escuchando la mezcla de gritos y boleros matizados por los silbidos de mi papá en la cocina.
Al día siguiente comimos conejo de almuerzo y luego mi papá me hizo limpiar el patio en el vestido blanco que iba a usar esa noche. En el manchón de tierra había un montón de fotos y cartas a medio quemar, que recogí bajo la atenta mirada de ella, escondida detrás de las cortinas blancas del pequeño salón. Cuando terminé estaba completamente sucia y, así mismo, mi papá me agarró de la mano y me llevó de vuelta hasta la casa de mi mamá. Él dijo algo sobre cuán desordenada yo era y mi mamá miró con horror el estado del vestido antes de recibirme sin mirar a mi papá siquiera media vez. Apenas se fue me mandaron a cambiarme el vestido por alguna otra cosa. En uno de mis cajones encontré otro vestido de color claro que sería adecuado para la cena. Escondida dentro de él encontré una postal coloreada vieja con el dibujo de una pareja escogiendo flores. Por el reverso no tenía nada escrito. Me cambié de ropa y escondí la postal en el cajón de mis zapatos. Cuando volví a la cocina, mi mamá estaba terminando de decorar un plato de ensaladas y me dijo que hacía demasiado calor para comer carne en la cena. Yo me alegré de no tener que volver a comer conejo hasta que volviera a cenar con papá, pero desde entonces las visitas a su casa se han vuelto extremadamente escasas.

"Al aeropuerto" por Thomas Devendra Harvey

-“Lo voy a solucionar,” le dijo su Padre.
Quería apoyar la cabeza en la ventana y sacarse el cinturón de seguridad pero no lo hizo, estaba seguro que él lo iba a encontrar extraño y le preguntaría por qué estaba apoyando la cabeza en la ventana y la respuesta “porque tengo ganas” no sería satisfactoria. Aunque realmente nunca necesitaban hablar sintió la necesidad de empezar una conversación trivial ¿Quizás sobre el clima como dicen que hacen los ingleses? Afuera estaba nevando.

- “¿Son los Rolling Stones?”
- “Hmm, no sé, parece”
- “¿No era esta canción la de ese programa de la guerra de Vietnam? ¿Cómo se llamaba?”
- “Ah! Sí, ‘Misión del Deber’ aunque

- Debería haberse llamado…

- debería haberse llamado ‘El Llamado del Deber,’ ‘Call of Duty’”

No sabía mucho sobre los 60’s y 70’s como le hubiese gustado que él supiera, pensó que de cierta forma a él le habían robado su adolescencia, que no había vivido en ese tiempo realmente.
Habían razones para confiar en él, todas esas historias del “Antartic Dog” cuando se iba por tres meses y arreglaba tractores de nieve, desaprobaba como los otros atornillaban piezas de metal en un ala de algún avión ruso y mandaba a todo el mundo a la mierda con ingenio, eficiencia y rudeza, Dorian Gray, MacGyver y ¿Clyde? El no era tan rudo.

- “A veces no nos parecemos”
- “¿Qué?”
- “Nada, que, a veces no nos parecemos tanto”
- Ah, no
- ¿Cuando no estamos juntos quizás?
- Puede que no…
- …
- Ya hablé con la gente que tenía que hablar y con el abogado y está todo bien…
- ..bien encaminado… que bueno, que bueno que se estén solucionando las cosas.

Miró por la ventana de nuevo, quería hablar con él, ya habían hablado de la radio y de ese capítulo de “Conquest” donde mostraban como las herramientas de cultivo de los campesinos medievales eran armas efectivas contra un caballero. Abrió la ventana y dejó que entrara el frío y un poco de nieve, quizás sacar la cara, sólo se asomó, y no lloró.

"El justiciero del amor" por Tomás Ulloa.

Estaba corriendo por el forestal con mi amada no correspondida. Yo corría y ella corría detrás de mí, pero yo la amaba y ella no me quería más que como amigo. Yo le decía “¡te amo!” y ella me decía “¡yo no te amo, pero te quiero como amigo!”. Así me decía. Y me perseguía, mientras yo me arrancaba de ella en el forestal.
Entré al Bellas Artes. Ella se me subía a la espalda y me susurraba “te quiero como amigo”. Me mojaba el oído con su lengua y a mí se me paraba el pene de pena; le decía que me dejara solo, que tenía que esperar a que se me pasara el amor, que el amor se pasaba siempre. ¿Qué es lo que quería? ¿Quería que la siguiera queriendo infinitamente, mientras vivía su vida con otra persona? ¿Quería ser la protagonista de mi vida y de la suya? ¡Histérica!
Ya no la amaba. Me había dado cuenta de su inmadurez, y a mí lo que me gustaba de ella era su madurez. Me puse detrás suyo y empecé a seguirla. Ella caminaba hasta la salida mientras me cantaba canciones que inventaba. Me decía “eres lo único en mi vida, ámame, por favor, pero yo no puedo amarte, lo siento”, extrañamente melódica. Entonces sucedió: me irrité, le di tremenda patada en el culo y ella se quedó en el suelo, con una mancha roja en su pantalón. O a ella le había llegado la regla o yo había llegado hasta el ano con mi instinto goleador. Interesantes reflexiones.
Llegaron dos carabineros, uno gordo y otro no tanto, inmediatamente. Me dijeron que si los podía acompañar. Les dije que no podía. Me dijeron que si acaso estaba chistoso. Les dije que a mí no me daba risa. Me dijeron que había cometido un delito y yo les pregunté cuál.
- Le pegó a una mujer – me dijo el carabinero gordo.
- No - le dije.
- ¿Cómo que no? La señora dice que lo vio.
- Mentira, esa vieja es ciega.
- ¿Está drogado?
- No me cambie el tema. ¿Sabe lo que pasa? Lo que pasa es que la vieja le pegó – yo creía que lo había resuelto todo, pero estaba muy equivocado.
- ¡Pero si esta señora con raja se mueve! – se exasperó - ¿Cómo le va a haber pegado a una joven? – deducía él.
- ¡Y si es joven, entonces que se defienda!
- ¡Pero si es mujer!
- ¡Y la vieja también!
- ¡Pero la vieja… la vieja es vieja!
-¡No me diga vieja! ¡Tenga más respeto, guatón roteque! – saltó la vieja, con sus insultos del siglo pasado que no le hacen daño a nadie.
Empezaron a confundirse todas las voces. Que el carabinero no tenía la culpa de que fuera vieja, que insolente, toma, paf, ¿ve que la vieja pega fuerte?, etc.
Terminaron llevándome a mí, que era inocente, y a la vieja la dejaron seguir circulando por el mundo. La única testigo de mi delito era una anciana senil. Absurdo. Yo era más lúcido que todos ellos. Había dejado una obra de arte en el museo. No entendía como estos carabineros aplicaban la justicia. ¿Qué clase de justicia era esta que yo no la había entendido inmediatamente? Determinaban que por haberle pegado a una mujer era un delincuente. ¿Cuál era la falta? ¿Qué yo le pegara a alguien? Por violentar a los demás, que nos lleven a todos. ¿El problema era que le pegara a una mujer? En ese caso, la falta era su sexo, no lo que yo hiciera. Si quieren tener los mismos derechos, entonces aguántense las mismas patadas. Bienvenidas al mundo. No es mi culpa estar fisiológicamente mejor dotado como para poder hacerlas caer. Es la naturaleza. A ella pídanle las explicaciones. Con qué cara vienen a pedir igualdad si no son capaces de devolver una patada. No son iguales entonces. Quieren los mismos derechos, pero siempre esperan la preferencia. Quieren los mismos derechos, pero los quieren junto a hombres que las protejan. Y nos empiezan a gobernar. Asisten a todas las instituciones que hemos creado los hombres con mentalidad de hombre, para hombres y no para mujeres; dicen que allí hacen las cosas mejor, y nadie se pregunta por qué la historia tiene tantos nombres masculinos: no es porque hayan sido coartadas, porque si hubieran podido… ¡Pero no pudieron! Creen que el mundo es un cuento donde las cosas pasan porque sí. Creen que la mujer tenía menos derechos porque por arte de magia se decidió que las mujeres fueran subyugadas. Escuchen esta: “La mujer está donde le corresponde. Millones de años de evolución no se han equivocado, pues la naturaleza tiene la capacidad de corregir sus propios defectos”, Albert Einstein –hombre famoso por ser inteligente-.
Habrá que esperar que las vaginas se cierren, o que la cultura televisiva se fulmine: por culpa de esa caja idiota los seres humanos creemos que el mundo no es lo que vemos, sino cómo lo vemos, y no creemos que haya una sola versión de las cosas, sino muchas. La tolerancia es lo más sesgado del mundo: no estoy permitido para creer en una única verdad, porque no existe. Somos todos unos pedazos del todo, diciendo verdades de aquí para allá, los vectores chocan y no afectan su dirección en lo más mínimo; terminamos cerrados en nosotros mismos, incomunicados, sin ninguna posibilidad de modificar nada y a nadie, porque todo ha sido modificado de todas las maneras posibles -así se divide y se gobierna-. No creemos en la verdad de los hechos, creemos en un espectáculo bien montado sobre los mismos, y como las mujeres son más estéticas que los hombres, entonces las ocupan a ellas para hacerlo. Las mujeres se alzan como símbolos de la represión de este tiempo, y esa represión les acomoda tanto. Ella no quiere que la toque, pero quiere que la ame. Quiere que le haga un bonito programa de televisión del cual pueda disponer con su control remoto, pero yo saqué la pierna desde adentro hacia fuera de la pantalla, para que ella se diera cuenta de que ya había comprendido.
Más o menos eso fue lo que dije en la comisaría. Pero claro, me puse a teorizar cuando debí haber sacado una pistola para matar a los que más pudiera. Era obvio que no harían nada, estos eran los verdes esclavos de ella, sordos a las palabras con sentido. En vez de ayudarme y de ayudarse, me hicieron permanecer en el calabozo toda la noche.
A la mañana siguiente, me abrieron la puerta de la celda y me hicieron llenar unos papeles. Luego, me dijeron que me fuera para la casa. Yo les dije que eran muy amables y que se vestían con mucho estilo, que cuando fuera grande me gustaría ser como ellos, así de bacán. Ellos se rieron de mí, repararon en que yo ya tenía treinta años -información facilitada por mi cédula de identidad-, que cómo se me ocurría pensar en cuando fuera grande, si ya era grande. “¿Yo? ¿Un grande?” pensé. “Bien sabios estos tipos, deberían ser filósofos”, seguí pensando. Mucho otro pensamiento me hizo pensar otros pensamientos, sobre la masturbación, por ejemplo. Antes de irme, me acerqué a un carabinero y le dije:
-Chao.

"¿y cómo es la cuestión?" por Seth

Despierto. Apago el despertador del Celu. Veo la hora: 6:15. “Es viernes”, pienso. Sonrío. “¿Cinco minutitos más?” “No”, me respondo (¿cómo estará?). Voy a la ducha.
Media hora después estoy bajo el paradero esperando la primera de 4 micros. Ya arriba me siento y pongo la música del pene-drive a todo chancho para poder despertar (¿cómo estará?). Hoy hay examen. Después de esta fucking prueba me olvido del fucking ramo. Sonrío. Necesito un 3.3 para pasar…
Saco los apuntes e intento leer. Me mareo al poco rato. Xuta, la micro se mueve un poquito. Los guardo, total el examen es a las 3. Sonrío otra vez (¿cómo estará?). La gente me empieza a mirar. Parece que sonrío mucho y también parece que no es normal sonreír tanto, menos a esa hora.
Tomo la segunda micro. Después de un rato –media hora, más o menos- paso por afuera del PreU. Sonrío. Mañana hay clases. Que rico saber que mañana tengo que hacer clases (¿cómo estará?). Tercera micro. Una hora más y llego a la U…

Tres de la tarde. Estoy cagao de hambre pero no quiero comer -me quiero puro ir. “¿Fin de la Historia? El Hombre y la Libertad” escribe en el pizarrón el ayudante. Puta, se supone que tengo que saber eso. Lo sé, pero ¿cómo cresta hago pa’ unir dos ideas distintas? “De algo tienen que servir los famosos conectores que hay que pasar en clases”, pienso. Miro al techo, quizás buscando respuesta (¿cómo estará?). Blanco. No la encuentro. Algo tengo que hacer pa’ sacarme la famosa preguntita de la cabeza, pero justo ahora y como nunca, no se me viene ninguna cancioncita jugosa. “Si no supiste amar…”. Nada. “Tienes un cuerpo brutal…”. Tampoco. “With the lights out it’s less dangerous…”. Menos. Todos escriben menos yo. Cresta, ¿qué escriben? Mmmmhhh… Respiro. Empiezo a escribir.
Salgo de la sala casi de los últimos –como era de esperar- y me despido de los que pillo en el camino. Toy urgio. “No tengo idea cómo me fue. Hay veces que estudio kleta y me saco un 2.8 y veces que apenas pesco la materia y me saco un 5” respondo al ayudante. “Bienvenido a la universidad” me dice alguien de algún lado. Son las 4:30 (¿cómo estará?) Tengo hambre. OK, algo tengo que hacer. Voy a la sala de computación y encuentro uno –gracias a Dios- libre. Me meto al correo y saco del bolsillo el papel arrugao con su correo. Escribo… pero ¿qué? Puta, no sé, poh, lo que salga. Empiezo a escribir. Escribo. Sigo escribiendo. Ya. Suficiente. Pero… “¿Es necesario esto?” No lo sé. “¿La conoces de verdad?”. No. “¿Te gusta acaso?”. No sé. “Tonces, ¿por qué xuxa tay aquí?”. Buena pregunta. ¿Envío o no? Puta, no sé. Es súper linda, tierna, un par de ojos bknes, le gusta enseñar, humilde, tiene apellido cuico… pero hace una semana que no la veo y desde la última conversación que tuvimos me tiene preocupao. Además, según sus compañeros es raro verla en clases. No la veo nunca, pero igual como que me gusta… un pokito. ¿Tonces? ¿Envío? ¿Y si no me contesta? ¿Y si piensa que la toy joteando? ¿Cancelo?

“Su mensaje ha sido enviado con éxito…”

"Autopista 3" por Ladrón de Guevara

Una autopista sería un proyecto interesante de realizar. En medio de los campos de avispas, sería como cruzar un pequeño jardín selvático en medio de mis piernas. Un poco difícil, de cualquier manera, canalizar correctamente las fluyentes de mi soledad. Mi abandono a mí mismo, la palpitación vibrante, caliente del sudario que no se resiste a sangrar una vez más las heridas de los mártires malditos. Y nosotros somos ellos, los ángeles atormentados, las sirenas errantes de los alabastros cubiertos con mierda de gaviotas.
Fue un día martes, creo. Tal vez un día jueves, pero sin duda fue un día de esa semana asolada por la fuga del espíritu impropio de las cosas....el olor del café, la persistencia del tabaco, el rastro de piel que siempre dejaba ella en la cama, antes de ir corriendo a esconderse de los delirios de su proeza impía. No había tal cosa como la felicidad. Un día, los insectos que le hacían corte en cada paso se sublevaron al zumbido de su respiración. No pudo con ellos, ni con sus frágiles alas de suspiro, tan destrozables como los rompeolas de mi memoria.
Las tardes de los días de ocio eran para crear palabras. Palabras que no tenían uso, palabras que nadie necesitaba, y que sólo aludían a la felicidad estúpida que nunca iba a tener tan sólo porque no era estúpido. No habían tantas palabras para mí. A veces los náufragos, o bien la idea del naufragio, lograba calmarme, con sus despojos marinos que acometían, entre cochayuyos y bolsas de plástico, a los cangrejos invisibles que salían a pescar ballenas para venderlas a las empresas corporadas. Todas estas ideas me recorren, me despiertan, me perturban. Son tantas palabras, ninguna llena de sentido.
Iba todo en un gemido, en uno sólo. El ruido sordo y sin dolor de la carne y el metal, el olor tibio y bendito de la tranquilidad que nunca habría de alcanzar entre los continuos letargos de la conciencia. Era sólo una pequeña profanación, una pequeña fisura. No habían palabras, tampoco, para coser sin desengaño los retazos de piel rasgada con las navajas recién compradas en el supermercado.
Pensé que iba ser un alivio sentir escurrir por mis piernas, como en la más torpe de mis infancias, el líquido suave, maternal incluso, que calmaría mis ansias de algo que todavía no llegaba a comprender completamente. Sólo cuando noté que podía ser feliz, me di cuenta de que había olvidado alimentar a los canarios, y que, tal vez, era eso lo que debía haber echo por el resto de mi vida.

"Sesión Freudulenta" por Salvatore Cippico

Todo comenzó cuando me dijo “¿por qué te casaste conmigo?”. Me miró con profundidad, como esperando que le respondiera desde mi interior. Miré al suelo. Luego lo quise mirar, pero ya no estaba. Me senté en un espacio libre entre todo lo que había en aquel extraño lugar en el que de pronto estábamos, y una imagen empezó a rodar delante de mí: era yo acariciándole su pierna por debajo de la mesa, respondiéndole así a su pregunta. Fui feliz viendo esa imagen, pues me di cuenta, en ese lugar triste, que en algún momento de mi vida tuve momentos de felicidad. Me empecé a lamentar. Lloré mucho, lo recuerdo. Lloré los recuerdos también. Después de esta imagen, miré para mi lado y observé que estaba sentado conmigo contemplando esos recuerdos. “Me casé contigo porque…”, pero me calló, poniendo su dedo en mi boca. Su mirada estaba algo perdida, y no precisamente en mí, sino en todo nuestro alrededor. Comprendí entonces que no estaba mirando lo bella que soy o fui, sino que observaba el lugar para encontrar la respuesta a esta pregunta. De pronto se puso de pie, mientras yo no dejaba de contemplarlo, y corrió a un lugar que no alcancé a percibir, pues en ese momento el sitio estaba a oscuras. ¿Qué respuesta pudo encontrar en un territorio en el que no se veía nada? No me lo pregunté en aquel momento, y ahora recién comprendo que no se podía hallar absolutamente nada en ese lugar. No en ese instante. Si me hubiera dado cuenta allí, lo hubiera cogido y retenido para que no fuera, pero ya no lo podía hacer. Otra vez estaba sola. Pero en algún minuto volvió a estar claro el lugar. Vi todo lo que uno puede ver en un momento tan claro, pero también lo nada que se ve en otro oscuro, por lo que no puedo dar fe de si es que todo lo que distinguí es real o no. Delante mío estaba, de nuevo, este hombre al que siempre amé o creí amar, acercándoseme. Pero también estaba detrás de mí aquel poeta que me escribió los más lindos poemas y nunca amé. No sabía a quién tenía que recibir. Nuevamente todo se oscureció. Creo que cayó un trueno en aquel momento. Volvió la luz. Miré hacia adelante, y él seguía preguntándome el por qué, aunque alejándose de donde yo estaba. Miré hacia atrás y ese poeta, en cambio, estaba casi al lado mío. Quise tocarlo y refugiarme en sus brazos, en esas palabras hermosas con las que describía lo que sentía por mí, pero aquella pared transparente que dicen que coloqué entre los dos me lo impedía. Me sentía tan patética y tan esquizofrénica a la vez. Hasta que me cansé y empecé a cerrar los ojos. Me recosté en aquel lugar donde estaba sentada y que yo no sabía cuál era, pues la noche volvió. Pero lo extraño es que cuando me estaba durmiendo, al cerrar los ojos, vi todo claro. Estaba a pasos del río ese que ya saben, pero también estaba a pasos de un jardín hermoso del que todos hablan. Contemplé en aquel gran huerto en donde dicen que está todo lo bello que puede existir a mi amado, y parecía ya no preguntarme nada. Me incitaba a que fuera hacia él. Esta vez no estaba solo, había más gente detrás suyo, gente famosa y respetada que eran sus amigos y sus pacientes. Esperaban que me reuniera con ellos. Quise mover mis piernas hasta allá, pero antes necesité mirar hacia aquel río. Muchos olvidados eran subidos a una barca. No miraban para atrás. Hice un esfuerzo por ver mejor, y entonces observé que a lo lejos, al final del río, había un territorio oscuro extraño. Entre todos los que allí iban, estaba uno que por detrás era igual a mi poeta. En ese entonces quise correr a buscarlo, pero recordé la pared que dicen coloqué entre los dos (y que yo no recuerdo haber colocado), por lo que sentí que sería perder mi tiempo ir si no podría tocarlo. Pero decidí hacerlo igual. Corrí desnuda, como estuve todo el rato, hacia él. De pronto el barquero me obligaba a beber de las aguas del río para subir a la barca. Me negué rotundamente. Subí aun así y logré alcanzar a aquel tipo que tenía la misma figura que mi poeta: ya no había ninguna pared. Entonces se detuvo. Lo volteé, y era él, tal como siempre lo fue. También estaba desnudo. Sus ojos parecieron brillar al verme. “Pensé que no te acordabas de nada, como los demás que no recuerdan nada al beber de las aguas de este río”, dije. Habló en una lengua extraña. Se oyó la voz de mi amado, que parece saberlo todo o mucho, diciéndome “Quiere decir que no te conoce”. Entonces quise mirarlo nuevamente, pero el barquero me botó de su barca. Caí al río. Pedí auxilio. Solo escuché a ese hombre con el que compartí gran parte de mi vida decir “resiste”. El agua entraba por mi boca. Empezó a apoderarse de mí una gran desesperación. Recuerdo que, luego, vi a mi marido nadar hacia mí, repitiéndome la pregunta de por qué me casé con él, y del otro lado vi al poeta, que no decía nada, llegar antes a mi lado. Es extraño que viniera él, pues ni siquiera me reconoció momentos antes. Pero allí supe que un poeta nunca olvida. Creo que justo le iba a decir que me llevara con él, cuando mi esposo me dijo que le contestara su maldita pregunta. Lo último que recuerdo es que me aferré más a mi poeta, ya que me estaba ahogando.
-Pero entonces mientras se ahogaba usted también bebió del río y olvidó el resto?, me dijo él.
-No, le contesté, tenía tanta sed al momento de despertar, que cuando anoté el sueño ya no recordaba lo que le respondí, Mister Sigmund Fraude.

sábado, 20 de septiembre de 2008

"Aterrizaje forzoso" por Fers

Llené mis zapatos de tierra tratando de frenar el columpio que me sostuvo en el aire durante meses. Cuando volteé a mirar quién me daba impulso, ya no había nadie.

viernes, 19 de septiembre de 2008

"Fijación errada" por Cano

En cinco días se cumplirá mi condena. Cuando pasen esos malditos días todo lo que conocía, o creía pensar que era felicidad se borrará para siempre. Tengo miedo. No sé qué va a pasar ese día. Tengo claro que todo lo que pueda sentir, no cambiará la situación que estoy viviendo. Me arrepiento de corazón de haber comenzado a pensar, a querer y amar.

Alba Subercaseaux estaba en su pieza. No podía dormir, a pesar de que ya eran más de las tres de la madrugada. Por su cabeza pasaban mil y un pensamientos de los que no se podía librar.
Era la noche del domingo cuando, como todas las semanas, sus padres notaron algo extraño en su comportamiento: llevaba muchas horas callada, ensimismada, pensativa. Nadie en su familia había podido entender, cómo podía ser que no hubiera ido a comulgar (como solía hacerlo normalmente).
Le ofrecieron comer, pero se retiró argumentando dolor de cabeza y se fue a su habitación. Sin embargo, a pesar de la cantidad de horas en que había estado intentándolo, no había podido conciliar el sueño: su cabeza era un mar de preguntas y pensamientos sin sentido.
Es extraño: llevo horas tratando, pero no puedo sacarme esta duda de mi cabeza.
Al fin, y después de largos e inútiles intentos, logró dormir. Sus sueños fueron caóticos; nada placenteros.

Se despertó a las nueve de la mañana bañada en sudor. Había tenido una pesadilla, de la que no pudo librarse en todo el día: a cada minuto le invadían recuerdos de ese sueño.
A la noche siguiente, cuando se fue a dormir, al contrario de la noche anterior, logró dormir al instante y sus sueños la acompañaron de una forma inequívoca; no tuvo ninguna pesadilla.

Fue transcurriendo así su semana hasta el día viernes, cuando al estar en una evaluación en la universidad las lágrimas brotaron de sus ojos, corriendo por sus mejillas, hasta tocar el papel. Estas, a la vez, le tapaban la vista, veía borroso, lo que no le permitía escribir. Debía buscar algún pañuelo para limpiarse y secar la hoja.
Pero, en el momento en que buscaba en su cartera, pareció como si el tiempo se detuviera, como si nadie más se moviera y solo ella tuviera la prerrogativa de moverse, hablar y pensar.
Es claro: no puedo vivir en este intento de ocultar la verdad. Debo confesarlo. Pero no es plausible, no debo.
Cuando sus ojos se topan con los míos, siento como todo mi cuerpo tiembla, y mis pelos se erizan; mi pecho se llena de aire, y lo boto todo en un suspiro. Es obvio, no puedo seguir mintiéndome. Yo, Alba Subercaseaux, lo amo.

Cuando la noche cubrió el cielo, se arregló para su cita: su hermano se casaba esa noche, debía haber estado lista hacía mucho, mas su cabeza no le había permitido seguir su vida normal.
Una vez preparada, respiró profundo y salió rumbo a su destino, al que debería haber llegado hacía más de media hora (por suerte, ser la hermana del novio, era algo que le ayudaba). Su madre, obviamente, la había esperado por mucho rato, pero finalmente, con los nervios, se había retirado para no maldecir por toda la casa.
Llegó. La ceremonia ya había comenzado. Se sentó cerca de su familia y empezó a escuchar. Los minutos pasaban lentamente y el estómago se le apretaba a medida que se acercaba el momento.
De pronto, todos se pararon para escuchar al sacerdote, quien pronunciaba las palabras más importantes de la noche:

- …Y tú, Alexiel Subercaseaux, ¿La aceptas?
- Sí.
- ¿Alguien, de los presentes, se opone a este enlace?

No se atrevió a hablar, no pudo hacerlo. En su desesperación, se apretó el estómago con las manos, tan fuerte que pudo sentir como la sangre corría, humedeciendo su vestido.
Alba comprendió lo que acababa de suceder cuando ya habían pasado varias horas. Ya no había vuelta atrás. Solo aceptarlo.

"Los días de la semana" (traducción) por Mundial

Sábado, 7:59am. Pedro está atrasado. Como siempre. Si sólo se levantara cuando el despertador suena. Levantarse es algo que Pedro necesita hacer a su propio ritmo. Especialmente en invierno. Especialmente cuando los brazos de una hermosa, aunque impulsiva, neurótica y posesiva mujer están alrededor suyo. Este es uno de los únicos placeres de Pedro, junto con jugar fútbol con sus amigos. Pedro es un hombre bajo para un hombre de su personalidad. Es un hombre delgado para su estatura, pero cuando las piernas de una diosa sexual lo atrapaban en un acto de amor – o por lo menos eso era lo que el quería hacerle creer – Pedro se convertía en el porn-star que siempre supo que era. Aunque no lo admitiera abiertamente, Pamela tenía una gran razón para haberse ido a vivir con Pedro.
Pedro está preocupado. Para variar, no sabe que hacer. No tiene la menor idea de que hacer con su relación con Pamela. Ella dice que quiere empezar una relación más seria. El hecho de que Pedro se niegue constantemente a conocer a sus padres es algo que Pamela jamás podrá entender. Pedro sabe muy bien que conocer a los padres de Pamela es otro doloroso paso hacia la estabilidad, hacia la seguridad. Hacia la monotonía.
“¡Cuando cresta va a aparecer el ascensor! Pedro murmuró. Apenas el ascensor llega al noveno piso, Pamela y Pedro entran apresuradamente. “Tienes mal aliento”, Pamela le comenta, sabiendo que seria lo primero que su hermano, madre y padrastro notarían. Pamela había planeado un lindo viaje familiar a Viña del Mar. Dado que Pedro no quería saber nada acerca de conocer a sus padres, Pedro acepto la invitación de Pamela de pasar juntos el fin de semana creyendo que seria otro patético intento de una escapada romántica, planeada por la mujer que tanto sus amigos como su familia habían etiquetado como su polola oficial.
Viernes, 7:29am. Pedro está a tiempo, como siempre. No puede evitar pensar si hizo lo correcto al irse a vivir junto con Sandra, su polola por los últimos cuatro meses. La semana pasada, después de haber hecho el amor tres veces seguidas, ella inocentemente admitió que se veía junto a él para siempre. Esta imagen quedo indeleblemente grabada en la retina de Pedro; no porque sintiese lo mismo por ella, sino porque la idea de que una mujer desesperada y pegote lo hacía sentirse ahogado, enjaulado. Anoche, Pedro no pudo contenerse. Aun cuando jamás le dijo explícitamente la razón por la cual la dejaba, Pedro empezó una discusión que terminó en el mismo lugar donde Pedro le había propuesto ir a vivir juntos: en su antigua habitación en el departamento de sus padres. Mientras se lavaba los dientes con el cepillo que aún conservaba en su antiguo baño, Pedro se dio cuenta de que era demasiado impulsivo; de que se había mudado con Sandra sin haberlo meditado bien, Hasta sus propios padres le dijeron que no tenia por que irse de la casa. Con su pequeño salario, Pedro estaba arrendando un lindo, pero diminuto departamento a sólo diez cuadras de la casa de sus padres. “Esto si que es conveniente,” Pedro se escuchaba diciendo cada vez que le describía la ubicación de su departamento a sus amigos del colegio.
Pedro está esperando el ascensor. Sabe que Sandra no va aceptar su decisión de terminar con ella. Pero él ya tomó una decisión. Pedro también sabe que le toma dos minutos ir desde el piso treinta y siete hasta el primero, y de ahí veinticinco más hasta su cubículo. Las puertas del ascensor se abren. Está vacio. Pedro entra. La máquina empieza la cuenta regresiva.
De pronto, algo interrumpe el funcionamiento de la maquina. El ascensor para en el piso diecinueve. Pamela sube. Pedro y ella se han conocido por más de diez años, aunque ha habido un giro interesante en los últimos cinco. Diez años es mucho tiempo para los dos, considerando que ambos tienen 25 años. Cada vez que se topan, Pedro recuerda que una vez fueron buenos amigos. Amigos con ventaja, para hacerle honor a la verdad. Sin embargo, antes de entrar a tan conveniente relación, Pedro apenas sabía de la existencia de Pamela. Aunque, para ser francos, Pamela sabía muy bien quien era Pedro. Cuando su familia llegó al edificio, ella era una niña obesa de apariencia enferma; una niña que no valía la pena para el aquel entonces popular Pedro.
El ascensor continúa su caída. En el décimo piso, Pamela le guiña un ojo a Pedro. A pesar de que Pedro mide sólo 1,77 mts. – 1,80 mts con sus zapatillas puestas – Pamela, por alguna razón desconocida para ella todavía se sentía atraída hacia Pedro. ¿La razón? Nunca realmente supo. Pero las cosas eran ahora muy diferentes. Pamela ya no era la niña gorda y fea que la televisión y las revistas le enseñaron a odiar, Pamela es ahora la mujer atractiva que siempre quiso ser. “¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que vivías solo”, ella comentó. “Ha pasado mucho tiempo, Pamela, lo sé. Sólo estoy visitando a mis padres. Vine porque algunas veces se sienten solos, ¿sabes?” él contestó, al mismo tiempo que veía cuan cambiada y sexy Pamela se había puesto.
Jueves, 7:25am. Finalmente las puertas del ascensor se abren. Desafortunadamente, está ocupado por dos personas. Para Pedro, no son más que otros obesos. Pedro pensaba que los ascensores en edificios de 20 pisos de altura tenían que ajustarse a estrictas regulaciones gubernamentales e internacionales para con el peso y capacidad de los ascensores. Aun cuando el ascensor en cuestión era amplio y bien construido, Pedro estaba lejos de sentirse cómodo en la compañía de los obesos ocupantes. Tenía una leve claustrofobia. No diagnosticada. No podía soportar viajar en ascensor con más de una persona ocupando su mismo sagrado espacio. Pero cada vez que se encontraba en un ascensor privado de presencia humana – especialmente por las mañanas – Pedro se imaginaba usando un traje de astronauta, con todos sus instrumentos espaciales. El ascensor lo llevaba directo a la puerta de titanio sólido del transbordador espacial que tantas veces había visto en aquellos documentales.
Hoy, Pedro se levantó un poco antes de lo normal. Hoy, sentía que necesitaba esos preciosos cincuenta segundos que le tomaban para ir desde el noveno piso hasta el primer piso para poder viajar solo en el ascensor. Pedro es de aquellos que necesitan hacer algo motivador y tranquilizador en la mañana para poder empezar bien el día.
Pedro había invitado a Sandra a vivir con él en uno de esos edificios nuevos de departamentos cerca del centro, aun cuando todavía pensaba en Pamela de vez en cuando.
Miércoles, 7:26am. Ayer, Pedro durmió como un bebe. Literalmente. Estas temperaturas de invierno algunas veces lo obligan a adoptar una posición fetal para poder conservar el suficiente calor corporal como para quedarse dormido. Sus padres ganaban un salario decente, pero no lo necesario para costear la calefacción. Tenían que arreglárselas con encender los calefactores eléctricos por solo diez minutos antes de irse a la cama, “Estos aparatos eléctricos de 1000 watts usan demasiada electricidad. Gastan demasiado dinero”, eran las razones de sus padres para no dejarlo tenerlos encendidos por mas tiempo.
Martes, 7:30am. Como siempre, Pedro esta inmerso en su fantasía de astronautas. Las puertas de la cabina se abren lentamente dejando entrar una mujer joven y atractiva. Sólo usa calzas deportivas blancas, una polera blanca sin cintura y zapatillas blancas. “¿Vives aquí?,” Pedro le pregunta sin pensar, algunos segundos previos al aterrizaje de la nave espacial. Esta fantasía en particular – pues había muchas otras – mejoraba la alicaída confianza de Pedro en gran medida. “Si, y sé donde vives. Te he visto antes muy bien acompañado”, ella mira directamente a los ojos sorprendidos de Pedro. “Ok, me voy, chao”, son sus últimas palabras a Pedro, quien está casi en estado de shock al ver que tan escultural mujer se haya fijado en él. “Oye, y ¿cuál es tu nombre?” La mujer se da vuelta, de la manera única en que las mujeres que se saben atractivas lo hacen, y le dice: “Sé tu nombre Pedro. El mío es Pamela”.
Lunes, 7:29am. Pedro durmió bien. Hasta se levantó cinco minutos antes de que el despertador sonara – lo cual es bastante inusual, considerando su fuerte deseo de maximizar su tiempo descansando. Las puertas del ascensor están abiertas. Está completamente vacío. Pedro inmediatamente olvida todos sus mundanos y agobiantes problemas. Comienza la cuenta regresiva. Todos los sistemas están listos. Peter, el alter ego de Pedro en esta fantasía, presiona los botones exactos que lo llevaran donde ningún hombre ha ido antes… y mas allá.
9, 8 ,7 . . . De pronto el conteo se interrumpe. Toda la maquinaria se detiene. ¿Se irá de una vez por todas a la luna? Las puertas de titanio del transbordador espacial se abren despacio, pero continuamente. Una luz brillante llena la cabina. ¿Será acaso un ser extraterrestre? ¿Lo irán a abducir? Estas fantasías se están poniendo demasiado reales, Pedro razona. Entra una bella mujer vistiendo vestuario deportivo. Hay algo familiar en esta mujer en particular, pero Pedro no sabe exactamente que es. Quizás son sus muslos grandes y musculosos que se parecen a los de la mujer en el infomercial de Súper Crunch 2000. O quizás son sus senos, ni muy grandes ni muy pequeños, que le recordaban a Pedro de la actriz porno que ocupaba la mayoría de sus videocasetes: Jenna Jameson.
Era bastante obvio que iba salir a correr, Pedro pensó.
Dado que Pedro había dormido muy bien y había tomado un desayuno de campeones, por primera vez en semanas, Pedro se ve descansado y radiante. Seguro de si mismo. Atractivo, es la impresión de la deportista acerca de Pedro. “Buenos días,” Pedro le dice casi involuntariamente, mirando fijamente su delgada y expuesta cintura. La corredora lentamente se da vuelta. Cuando se termina de dar vuelta, sus caras están a menos de treinta centímetros de distancia. Ella mide lo mismo que él, con sus zapatillas de correr. Ella esta muy cerca de él. Sabe como manejar a los hombres. Son tan predecibles, tan fáciles. “Hola,” le dice, sabiendo el efecto que aquella monosilábica palabra tenía en hombres como Pedro.
Domingo, 8:00am. Pedro acaba de llegar de una fiesta. En su camino a su casa, había visto lo más inusual: niña obesa de apariencia enferma dando vueltas a la manzana.
Los jóvenes como Pedro no deberían exponerse a tan extenuantes actividades, su madre le dijo al verlo llegar con sus libros bajo el brazo. Lo que ella no sabía, era que el hecho de que Pedro llegara a las ocho de la mañana de un domingo con sus libros de sociología era mucho más que una elaborada treta para hacerle creer que estaba cumpliendo con sus deberes de la universidad. Esto, en realidad, era una misión. Él iba a todas las fiestas de sus amigos para averiguar quien era. Él iba a cada junta social de alguna importancia porque no se conocía a si mismo. Todos esos años en la escuela Montessori realmente no lo iluminaron en lo que debería haber sido el curso más importante de su educación: su identidad.
Dado que había tomado más cafeína de lo usual, no se siente cansado en absoluto. Después de todo, tenía que compensar por todas las cervezas que había tomado en la fiesta para poder disimular en frente de su inquisitiva, pero preocupada madre. Después de haber tomado un desayuno muy liviano, se va a la sala de estar, enciende el televisor y el nuevo equipo de video, y empieza a ver el documental acerca del transbordador espacial de la Nasa que su tío le trajo cuando fue por última vez a Estados Unidos. “Apuesto que Neil Armstrong tenia todas las minas a sus pies,” fueron las palabras exactas que dijo después de haber visto el documental dos veces seguidas.