domingo, 21 de septiembre de 2008

"El justiciero del amor" por Tomás Ulloa.

Estaba corriendo por el forestal con mi amada no correspondida. Yo corría y ella corría detrás de mí, pero yo la amaba y ella no me quería más que como amigo. Yo le decía “¡te amo!” y ella me decía “¡yo no te amo, pero te quiero como amigo!”. Así me decía. Y me perseguía, mientras yo me arrancaba de ella en el forestal.
Entré al Bellas Artes. Ella se me subía a la espalda y me susurraba “te quiero como amigo”. Me mojaba el oído con su lengua y a mí se me paraba el pene de pena; le decía que me dejara solo, que tenía que esperar a que se me pasara el amor, que el amor se pasaba siempre. ¿Qué es lo que quería? ¿Quería que la siguiera queriendo infinitamente, mientras vivía su vida con otra persona? ¿Quería ser la protagonista de mi vida y de la suya? ¡Histérica!
Ya no la amaba. Me había dado cuenta de su inmadurez, y a mí lo que me gustaba de ella era su madurez. Me puse detrás suyo y empecé a seguirla. Ella caminaba hasta la salida mientras me cantaba canciones que inventaba. Me decía “eres lo único en mi vida, ámame, por favor, pero yo no puedo amarte, lo siento”, extrañamente melódica. Entonces sucedió: me irrité, le di tremenda patada en el culo y ella se quedó en el suelo, con una mancha roja en su pantalón. O a ella le había llegado la regla o yo había llegado hasta el ano con mi instinto goleador. Interesantes reflexiones.
Llegaron dos carabineros, uno gordo y otro no tanto, inmediatamente. Me dijeron que si los podía acompañar. Les dije que no podía. Me dijeron que si acaso estaba chistoso. Les dije que a mí no me daba risa. Me dijeron que había cometido un delito y yo les pregunté cuál.
- Le pegó a una mujer – me dijo el carabinero gordo.
- No - le dije.
- ¿Cómo que no? La señora dice que lo vio.
- Mentira, esa vieja es ciega.
- ¿Está drogado?
- No me cambie el tema. ¿Sabe lo que pasa? Lo que pasa es que la vieja le pegó – yo creía que lo había resuelto todo, pero estaba muy equivocado.
- ¡Pero si esta señora con raja se mueve! – se exasperó - ¿Cómo le va a haber pegado a una joven? – deducía él.
- ¡Y si es joven, entonces que se defienda!
- ¡Pero si es mujer!
- ¡Y la vieja también!
- ¡Pero la vieja… la vieja es vieja!
-¡No me diga vieja! ¡Tenga más respeto, guatón roteque! – saltó la vieja, con sus insultos del siglo pasado que no le hacen daño a nadie.
Empezaron a confundirse todas las voces. Que el carabinero no tenía la culpa de que fuera vieja, que insolente, toma, paf, ¿ve que la vieja pega fuerte?, etc.
Terminaron llevándome a mí, que era inocente, y a la vieja la dejaron seguir circulando por el mundo. La única testigo de mi delito era una anciana senil. Absurdo. Yo era más lúcido que todos ellos. Había dejado una obra de arte en el museo. No entendía como estos carabineros aplicaban la justicia. ¿Qué clase de justicia era esta que yo no la había entendido inmediatamente? Determinaban que por haberle pegado a una mujer era un delincuente. ¿Cuál era la falta? ¿Qué yo le pegara a alguien? Por violentar a los demás, que nos lleven a todos. ¿El problema era que le pegara a una mujer? En ese caso, la falta era su sexo, no lo que yo hiciera. Si quieren tener los mismos derechos, entonces aguántense las mismas patadas. Bienvenidas al mundo. No es mi culpa estar fisiológicamente mejor dotado como para poder hacerlas caer. Es la naturaleza. A ella pídanle las explicaciones. Con qué cara vienen a pedir igualdad si no son capaces de devolver una patada. No son iguales entonces. Quieren los mismos derechos, pero siempre esperan la preferencia. Quieren los mismos derechos, pero los quieren junto a hombres que las protejan. Y nos empiezan a gobernar. Asisten a todas las instituciones que hemos creado los hombres con mentalidad de hombre, para hombres y no para mujeres; dicen que allí hacen las cosas mejor, y nadie se pregunta por qué la historia tiene tantos nombres masculinos: no es porque hayan sido coartadas, porque si hubieran podido… ¡Pero no pudieron! Creen que el mundo es un cuento donde las cosas pasan porque sí. Creen que la mujer tenía menos derechos porque por arte de magia se decidió que las mujeres fueran subyugadas. Escuchen esta: “La mujer está donde le corresponde. Millones de años de evolución no se han equivocado, pues la naturaleza tiene la capacidad de corregir sus propios defectos”, Albert Einstein –hombre famoso por ser inteligente-.
Habrá que esperar que las vaginas se cierren, o que la cultura televisiva se fulmine: por culpa de esa caja idiota los seres humanos creemos que el mundo no es lo que vemos, sino cómo lo vemos, y no creemos que haya una sola versión de las cosas, sino muchas. La tolerancia es lo más sesgado del mundo: no estoy permitido para creer en una única verdad, porque no existe. Somos todos unos pedazos del todo, diciendo verdades de aquí para allá, los vectores chocan y no afectan su dirección en lo más mínimo; terminamos cerrados en nosotros mismos, incomunicados, sin ninguna posibilidad de modificar nada y a nadie, porque todo ha sido modificado de todas las maneras posibles -así se divide y se gobierna-. No creemos en la verdad de los hechos, creemos en un espectáculo bien montado sobre los mismos, y como las mujeres son más estéticas que los hombres, entonces las ocupan a ellas para hacerlo. Las mujeres se alzan como símbolos de la represión de este tiempo, y esa represión les acomoda tanto. Ella no quiere que la toque, pero quiere que la ame. Quiere que le haga un bonito programa de televisión del cual pueda disponer con su control remoto, pero yo saqué la pierna desde adentro hacia fuera de la pantalla, para que ella se diera cuenta de que ya había comprendido.
Más o menos eso fue lo que dije en la comisaría. Pero claro, me puse a teorizar cuando debí haber sacado una pistola para matar a los que más pudiera. Era obvio que no harían nada, estos eran los verdes esclavos de ella, sordos a las palabras con sentido. En vez de ayudarme y de ayudarse, me hicieron permanecer en el calabozo toda la noche.
A la mañana siguiente, me abrieron la puerta de la celda y me hicieron llenar unos papeles. Luego, me dijeron que me fuera para la casa. Yo les dije que eran muy amables y que se vestían con mucho estilo, que cuando fuera grande me gustaría ser como ellos, así de bacán. Ellos se rieron de mí, repararon en que yo ya tenía treinta años -información facilitada por mi cédula de identidad-, que cómo se me ocurría pensar en cuando fuera grande, si ya era grande. “¿Yo? ¿Un grande?” pensé. “Bien sabios estos tipos, deberían ser filósofos”, seguí pensando. Mucho otro pensamiento me hizo pensar otros pensamientos, sobre la masturbación, por ejemplo. Antes de irme, me acerqué a un carabinero y le dije:
-Chao.

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